Salgamos de este tema de una vez. En días pasados se estaba armando una batahola en espacios como twitter y facebook, sobre el "boom" de la bicicleta en Bogotá. Que si era apenas una moda o se trataba de un fenómeno de respuesta civil a la imposible movilidad automotriz en las calles de la ciudad.
Argumentos a un lado, se ven mas bicis en las calles y andenes. Se ve más gente llegando a trabajar en cicla. Corbata y traje de paño incluidos. En algunas zonas, como la vía a Suba o la Calle 80, los números son cada vez más importantes, y se ven cebras en masa crítica, a diario.
La que era una necesidad de mensajeros y otros sectores, como los celadores o los obreros de la construcción, hace 15 o 20 años, hoy en día es vista con ansia por millones de pasajeros del atestado transporte masivo y otros tantos del sub-utilizado vehículo particular.
No se puede negar que el aumento de los usuarios de bicicletas como transporte urbano, ha atraído a una buena cantidad de nuevos ciclistas que dejarán pronto de usar sus bicis, en lo que se podría llamar una "moda" pasajera. Pero eso sería desconocer un proceso -intencional o no- de promoción y hasta educación, que viene de hace bastante tiempo. Y eso deja sin suelo toda la discusión.
Montar en bici pone en funcionamiento dentro del cuerpo, una cantidad de mecanismos químicos que básicamente llevan a la gente a sentirse más feliz. Por eso, muchos de los que llegan por moda, se quedan como ciclistas urbanos. Montar en bici devuelve a la gente a lugares emocionales muy queridos y por eso decide seguir pedaleando.
Al final, lo que tenemos es una oportunidad de apropiarnos de la ciudad y de sentar una posición acerca del tipo de vida que queremos tener. Se siente un cierto cambio de vida en la ciudad. Eso hace que las 3, o hasta 4 horas, que una persona pierde al día al volante de su carro o en el atestado transmilenio, sean excesivas. Ya no se trata de una clase trabajadora que regresa melancólica a su hogar para esperar un nuevo día en la línea de producción. Bogotá está llena de posibilidades culturales y de esparcimiento, y la gente debe acomodar muy bien el tiempo para poder aprovecharlas. La bicicleta devuelve mucho de ese tiempo perdido y mejor aún: es en sí misma una forma deliciosa de ocio.
No sabemos cuantas de las personas que han llegado al ciclismo urbano por moda, se quedarán. Seguramente no serán tantas, pero sí muy valiosas. Tampoco cuantas de las personas, que día a día ven con envidia a los ciclistas recortar en horas los tiempos de traslado de un lugar a otro de la ciudad, se decidirán al final por una bicicleta. Pero todas ellas van a sumar a un fenómeno que les cambiará la vida y la de sus 8 millones de vecinos.
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