Se ha hablado mucho acerca del diluvio que ha azotado la edición 2013 del Giro d’Italia. Muchos corredores se han retirado de la carrera, siendo la salida de Sir Bradley Wiggins la más notable de todas. Hasta Cavendish dejó ver su frustración tras la llegada de la etapa 14, en la cima del Jafferau, diciendo: “no recuerdo haberme sentido jamás así sobre la bicicleta. De verdad, no lo recuerdo. Estaba completamente agotado.”.
Muchas preguntas se han planteado ya muy frecuentemente: ‘¿debería haberse cancelado la etapa X?’, ¿Se debería posponer la competencia?’, ‘¿Estaría bien cambiar la fecha de la carrera?’. Olvidamos muy fácilmente que Il Giro se fundó sobre esfuerzos mucho más grandes que los que hemos presenciado estas últimas dos semanas. El Giro nunca se ha definido por ser una cabalgata por campos soleados. Es una carrera que se hizo gloriosa por el triunfo de la resistencia humana sobre todas las dificultades.
El heroismo de Charly Gaul sobre el gran Monte Bondone, en el Giro de 1956, es solo un ejemplo. 89 pedalistas arrancaron la competencia, sobre las faldas de esa bestia de casi 2000 metros que es el Bondone. Atravesando primero lluvia, y luego nieve que se transformó en borrasca, Charly emergió luciendo solamente cortos y jersey, doce minutos por delante de solo 42 corredores sobrevivientes. Congelado y torturado, Charly tuvo que ser retirado de la meta en brazos, para ir y ganar el Giro solamente dos días después.
Aún bajo los estándares modernos, debemos recordar que estas dos semanas todavía no alcanzan dimensiones abismsales. Tanto Nibali como Evans pueden dar fe de ello. En la edición 2010, mientras el pelotón corría por las Strade Bianche, los cielos se abrieron y los caminos blancos se ensañaron, arrojando un barro tan asqueroso, que hombres verdaderamente fuertes soltaron lágrimas.
Por supuesto, aunque el Giro de este año no ha sido cualquier cosa, no olvidemos que ha podido ser, y todavía puede ser, muchísimo más duro.
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